viernes, 24 de agosto de 2018

El Camino del Artista (Parte I)



El día que Andrea me recomendó que leyera El Camino del Artista, fue un día normal, común y corriente, como cualquier otro.

Como tenía mucho que tejer, abrí YouTube con la esperanza de encontrar en libro en formato audio. Lo encontré, por suerte. Le di al play y me puse a escuchar.

Al principio, tanta información de golpe me apabulló. ¿Páginas matutinas? ¿Citas con el Artista? ¿Qué es todo esto? ¿Ejercicios semanales? ¿En qué tiempo se supone que voy a hacer ejercicios con tanto y tanto que tengo para hacer?
No tengo perro, ni gato, ni canario que atender, es cierto. Las lagartijas que pasean de cuando en cuando por la pared de la cocina no cuentan como mascotas. ¿O sí?

No obstante, con el mini Chucky que tengo de hijo, mi marido con sus horarios laborales enrevesados, los encargos de muñecos -y no hablemos de la presencia en redes sociales- cuando llega la noche, generalmente me desmayo en la cama del cansancio.

Tengo una agenda agotadora, excesivamente abultada para una ama de casa que sólo trabaja tejiendo por encargo, y no en un empleo normal en relación de dependencia.

Si acaso tuviera un perro, lo regalaría al primer transeúnte que pasara por la vereda.

En ese contexto, en el que desde que me levanto, hasta que me acuesto estoy metida de lleno en alguna actividad, no veía cómo me las iba a apañar para comenzar un entrenamiento de doce semanas para desbloquear la creatividad y rehabilitar al artista que llevo dentro, tal como proponía el libro.

Sin embargo las reseñas del libro que había encontrado navegando por Internet, y los mismos testimonios que su autora, Julia Cameron, menciona en la Introducción, fueron los suficientemente convincentes como para que decidiera hacer el firme compromiso conmigo misma de embarcarme en esta locura. Si, una completa locura.

La misma autora advierte que una vez empezado el entrenamiento, los cambios no se hacen esperar. ¡Y vaya que llevan prisa!

Me sentí fascinada, con  el entusiasmo de imaginar que al empezar este proceso iba a poner toda mi vida patas para arriba para mejor. Nada puedo hacer cuando me emociono de esta forma. Nada que no sea comenzar ya mismo. Es más fuerte que yo. La emoción se apodera de mi ser y me posee. Y así fue: inicié con muchísimas ganas.

Páginas matutinas todos los días al despertar. Escribir y escribir tres hojas de lo primero que se me viniera a la cabeza, siete días a la semana durante doce de ellas. Una papa, pensé. ¡Si es lo que hice toda mi vida! Gracias a esos diarios manuscritos existe este. El Diario de una Artesana no es ni más ni menos que eso: mis reflexiones cotidianas, sólo que tipeadas en vez de manuscritas y debidamente editadas para que ustedes las puedan leer.

Citas con el Artista una vez a la semana. ¿Y eso qué es? Admito que ahí dudé un poco. ¿Qué se hace en una Cita con el Artista? ¿Tejer cuenta como cita? Si es así, todos los días nos encontramos entre agujas, hilos de colores, y el infaltable mate dulce de las six o'clock.

Y los ejercicios. ¡Madre mía! ¡Qué ejercicios! En su mayoría escritos, pero con cuestionarios de preguntas difíciles, de esas que obligan a hurgar en el inconsciente y en el pasado. Como "nombra tu juguete preferido de la infancia" ,"has una lista de cinco personas que hayan herido tu autoestima" o "escribe un elogio que te hayan hecho". Cosas así. Cosas raras. Detalles en los que una habitualmente no repara ni presta atención.

Los cambios, tal y como vaticinaba el libro no se hicieron esperar. En la primer semana, en mi Cita con el Artista había ido de compras a la librería a procurarme un anotador de hojas blancas y fibras de colores para dibujar. En una semana, ya teniá dibujado y tejido a mi primer muñeco de diseño propio, había bosquejado también dos diseños más. Las ideas no paraban de fluir a borbotones.

No satisfecha con vivir tanta emoción en solitario, lo llevé más lejos: hice participar a la comunidad de la fan page del Diario, comunicándoles que comenzaba este proceso, y compartiéndoles los diez principios básicos del libro, uno por día. Me sorprendió lo bien que fue recibido el giro de la temática de mis publicaciones.

Esperaba que los lectores huyeran en bandada. Por el contrario, hubieron muchas personas interesadas en saber más del tema.

Me sentía rebosante de energía, exultante. Feliz. El libro hablaba de altibajos emocionales, normales como parte del entrenamiento, pero hasta ese momento, sólo sentía una alegría ilimitada.

Claro que quedaron cabos sueltos, tareas sin hacer, platos amontonados para lavar, pero no me importaba. Había hecho un pacto y firmado un contrato simbólico conmigo misma: seguir el entrenamiento pase lo que pase.

Rápidamente advertí que aunque mi voluntad era incólume, el tiempo seguia sin sobrarme. Aunque postergara algunas tareas, otras eran imperiosas: debía hacerlas inevitablemente. La primer semana de ejercicios me tomó dos.

No me desalenté. Por primera vez en mucho tiempo, fui amable conmigo. Me concedí el permiso de llevar el entrenamiento a mi ritmo y en la medida de mis posibilidades. Esto sólo ya representaba un gran cambio y un duro azote a mi crítica interna que siempre me exige un poco más, exprimiéndome como si fuera una naranja.

En el transcurso de las dos primeras semanas aparecieron las primeras sincronicidades. Una de ellas la conté en la fan page: abrir una vieja revista y encontrar una nota que hablaba de El Camino del Artista.

La segunda fue tropezar con un artículo web que hablaba de la magia del número 7. Picada por la curiosidad, lo leí. Especialmente porque ese número parece perseguirme adonde vaya. Está en mi fecha de nacimiento, en la numerología de mi nombre, en el documento de identidad... y en muchos otros sitios que se relacionan con mi persona.

Pero la cosa no acabó ahí. Al día siguiente, mientras tejía, por el rabillo del ojo advertí un movimiento a mi derecha a la altura de mi cabeza. Giré para ver de que se trataba: una araña de patas largas caminando por el mueble.

Horrorizada y asqueada, traté de seguir tejiendo, pero no me podía concentrar. La araña se había detenido allí, inmóvil. Parecía querer que reparara con más atención en ella. O yo había enloquecido completamente, que alucinaba que podía saber lo que la araña quería.

Por mi parte, prefería no acceder a las hipotéticas demandas de una araña. No existe bicho en el mundo que me genere tanta fobia, o que me baje la presión de solo verlo. De todas maneras, giré nuevamente la cabeza, para mirarla. ¡Qué linda arañita! ¿Porqué no te vas? Con esas lindas patitas que tenés, podrías desplazarte bien rapidito a tejer tu telita. Si, hermosas siete patitas. ¡¿Cómo?! ¿Siete patitas? Uno, dos, tres... ¡Siete patas!

Conté de vuelta: uno, dos, tres, cuatro... ¡siete!

-¡Rafaaaaa! Vení, por favor. Contale las patas a esta araña, y decime que no estoy loca.-le grité a mi marido.

-¡La renga! ¡Jajajaja! Si, tiene siete patas.

En mi vida había visto una araña coja. Ahora la encontraba pocas horas después de leer un post sobre el número 7. ¡Vaya que están pasando cosas y con que rapidez! Hasta adivino la voluntad de un arácnido.

No todo fue sorprendente o color de rosa en este viaje creativo. Estuve enojada y triste varios días al hurgar en mi pasado buscando aunque sea un sólo recuerdo de mi mamá diciéndome "te quiero", "te aprecio, hija", o "dale que vos podés". No encontré ninguno. Ni siquiera la sensación de que existieron, aunque mi mente los haya olvidado.

No tengo que explicar lo que la ausencia de amor materno provoca en la autoestima de una persona. Eso, de alguna manera me hizo comprender porque durante tantos años sentí vergüenza de cantar, escribir o hacer manualidades. Ni hablemos de cobrar bien por las artesanías. Me encontraba lejos, muy lejos de hacerme valer .

Aunque el descubrimiento fue triste, también fue liberador. Cómo veía la causa, también podía comprender los efectos. Ahora, de adulta, podía elegir darle a mi niña interior lo que siempre necesitó: cariño, aprobación y aliento.

Para la segunda o tercer semana de proceso ya contaba con el grupo de apoyo "terapéutico" de Whatsapp: Artistas en acción. En ese grupo somos tres: Andrea, quién me recomendó el libro por haber hecho el entrenamiento del libro, Gisela, lectora del Diario, que se interesó por el proceso a tal punto de iniciarlo, y obviamente, una servidora.

No miento si digo que hoy por hoy no puedo vivir sin saber de Gise y Andre aunque sea una vez al día. En el grupo contamos nuestras experiencias con el proceso, zanjamos nuestras dudas, planteamos cuestiones, y hablamos de todo.

Como las tres somos tejedoras, también compartimos nuestros trabajos. La energía y la luz de ese grupo es infinita. Nada sería lo mismo para mi sin ellas. Sus opiniones, perspectivas y puntos de vista han enriquecido este camino, y también mi vida, de una manera formidable.

Nota: Nuestra historia de grupo narrada por Andrea en dos divertidos y hermosos relatos:
Entrelazadas por una pasión, y ¡Todas para una y una para todas!

En el transcurso de esas tres primeras semanas de entrenamiento -que en tiempo real sumaban siete-  vi cambios tan agudos en mi percepción, en mi conducta, y en mi cotidianeidad que por momentos no daba crédito a todo lo que estaba ocurriendo.  Por sincronicidades y pálpitos retomé la lectura del libro Visualización Creativa de Shakti Gawain.

Como si lo de la araña de siete patas no fuera suficiente para que Universo me hiciera comprender que mi proceso estaba siendo seguido de cerca por la Divinidad, me dio una muestra más de su infinita benevolencia.

Siguiendo las instrucciones de Visualización Creativa, pedí la cámara de fotos profesional con la que sueño hace muchos años. Veintiun días después (múltiplo de 7), el día siete, del mes siete, tenía en mis manos una flamante cámara, con un número de modelo que sus dígitos sumados dan por resultado 7. Y hasta el valor que pagué por ella suma 7. Ahora haré un reverente silencio...  no podría agregar nada más a lo que acabo de describir.

Para ir cerrando este post, voy a mencionar la bendita semana cuarta del proceso, porque la odié con todas mis fuerzas. Me sacó de mi cómoda zona de confort. Me enfrentó con más de un demonio interno. Pero una vez concluída, me devolvió una nueva yo. Una yo que empieza a gustarme bastante.

La semana cuarta tenía una tarea muy dura: la privación de lectura.

Sé que para unos cuantos adolescentes eso sería un regalo. Que los liberen de la aburrida lectura. Pero para una ratona de biblioteca como yo, que lee la información nutricional al dorso del envase de mayonesa mientras está comiendo, la palabra tortura no expresaba cabalmente lo que sentía al imaginarme privada del teléfono, la computadora, los libros y los dorsos de envases de alimentos.

Mejor mátenme antes que sacarme el aliciente de la palabra escrita. Exitírpenme un órgano sin anestesia, que de seguro me lo voy a tomar de mejor manera. Invítenme a la guillotina. No sé, dénme una araña y le acaricio un ratito. O me la como. También lo puedo intentar con cucarachas si quieren ¡pero la lectura, no! ¡Por favor! ¡La lectura NOOO!

Estaba a un paso de tirarme al piso en posición fetal y sollozar a los gritos. Ya podía ir olvidando el Whatsapp, las redes sociales, los blogs, las fan pages... básicamente, el grueso de mi contacto social estaba a punto de ser bloqueado por el transcurso de siete días.

¡Qué semana, Dios! Por esos días descubrí que el muchacho que vive conmigo es mi marido. Un tipo encantador con quién se puede charlar de muchas cosas interesantes y divertidas. Ah, el nenito que merodea por la casa... ¡es mi hijo! Con él jugamos a los autos, a los ladrillitos, armamos casitas con tapitas de gaseosa, saltamos en la cama, y cantamos y bailamos canciones infantiles.

De a ratos quería agarrar el teléfono para mirar las notificaciones de Facebook, y me acordaba de la privación de lectura. Lanzaba unos cuantos improperios, me calmaba, agachaba la cabeza y enseguida buscaba algo para hacer que no violara el acuerdo.

La finalidad de esta consigna era muy simple: eliminar la mayor cantidad de distracciones posibles con el objetivo de escuchar la voz interior, esa voz creativa que en el cotidiano vivir no oímos porque habla en susurros.

Escribí poesías, escuché música, dibujé, tomé fotos con mi cámara nueva y por supuesto, tejí bastante esa semana. Aunque la mayor parte de mi actividad se basó en salir a la terraza a escuchar el canto de los gorriones y reflexionar acerca de todo lo que estaba viviendo.

Para cuando empezaba a acostumbrarme a la tranquilidad de ese oasis de silencio social, de simplemente estar presente en cada actividad sin ser interrumpida, terminó la semana. Tuve que volver a prender el teléfono. Cuando ví que el sistema estaba a punto de colapsar por tantas notificaciones y mensajas, me vi tentada de volver a apagarlo otros siete días más. ¡El retorno fue más duro que la ida!

Esa semana pedí un nuevo deseo, y tomé las desiciones importantes que estoy implementando ahora. Pero eso se los contaré en un futuro post que abarcará lo vivido desde la semana cinco a la ocho.

Este post sólo fue un breve resumen de mis vivencias de las semanas uno a la cuatro. He vivido otras muchas sincronicidades, han ocurrido multiplicidad de eventos y el aprendizaje ha sido extremo e intenso. A pedido de los lectores interesados en conocer como encaraba este entrenamiento, escribí estas líneas.

Siempre supe que el camino que debe recorrer un artista para encontrar primero su talento, y después su forma de expresarlo, es sinuoso, arduo y conlleva un enorme compromiso. Pero nada vale más la pena que caminar por ese sendero. Es uno de los muchos caminos que Dios nos presta para manifestarse entre nosotros y derramar sus bendiciones.

Hay una enseñanza, precisamente la del libro de Julia Cameron, que ya he incorporado con éxito a mi rutina diaria y que recuerdo cada mañana al iniciar la escritura de mis páginas matutinas: mi trabajo en esta vida es servir de canal para que la Divinidad exprese su arte en el mundo.

Que la Divinidad me guíe para convertirme en Su instrumento, y encontrarme a la altura de tal honor.









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2 comentarios:

  1. Que bueno que esto que decidiste emprender te sirvió para descubrir muchas cosas positivas y potenciar tu capacidad!!.
    En cuanto al escrito en si.. prueba una vez mas lo versátil que sos.. me encanta lo que produce tu pluma.

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    Respuestas
    1. Hola Anny!! Hoy pensaba justamente en que voy a escribir cuando por fin termine el libro del Diario.

      Y no se si por esta magia que vengo viviendo, en que pregunto algo y al poco tiempo recibo la respuesta, entendí que el oficio de escribir, mas que plasmar algo por escrito (que seria la parte visible del proceso) es más bien una manera de observar el mundo (la parte invisible del mismo proceso).

      No siempre tengo el telefono, la compu o papel y lapiz para escribir todo lo que observo, sin embargo mi mente todo el tiempo esta urdiendo tramas e historias, o encuentra un relato de algo que estoy viendo.

      Si escribir es una manera de observar el mundo, supongo que el Diario es la mía. Veo al mundo como si fuera una gran artesanía. Y me encanta que te encante!!

      Gracias por pasarte como siempre, por leerme siempre y por estar del otro lado!! Un besotee! 😙😙😙

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