sábado, 22 de septiembre de 2018

Quisiera poder decir...





"¡La rompí en Instagram con esta foto!" Tuvo un millón de corazoncitos..."


Pero no. Apenas alcanzó el promedio normal.

Algún día voy a escribir un post sobre la incertidumbre que genera preparar contenido para las redes sociales y nunca poder predecir que va a gustar y que no.

¿Porqué tiene que ser todo tan difícil? A veces escribo textos así como "a la que me importa", a las apuradas, rapidito, rapidito que hoy toca hacer esto, esto y aquello otro. Pongo una foto -para mi gusto- poco lograda...

Resultado: funciona, se recontra recomparte, me comentan en inglés, en ruso, en turco y en somalí, felicitándome por tan grandioso trabajo. 

Y yo me quedo mirando el vacío, preguntándome ¿Qué es lo que tanto atrajo de esto?

A veces preparo un texto rumiado por días, me tomo cinco horas para escribirlo. Armo el estudio, espero al momento del día de mejor luz, y me la doy de fotógrafa profesional por las cinco clases a las que asistí del Curso Básico. Luego retoco la foto en tres editores diferentes. ¡Y hasta pongo el despertador para publicarlo a la hora correcta!

Resultado: Dos Me Gusta. (¡Cuak!)

Esta larga reflexión de fin de semana no solo es por esta maldita gripe de mocos chorreantes, que me tiene tirada en cama sin fuerzas para sentarme a tejer. Amén de que las hormigas de mi colita nunca descansan.

Cualquier psicólogo diría que lo mío es de maníaca-obsesiva. Tal vez sea cierto. Tan cierto como que hasta tirada en la cama necesito hacer algo más que sólo mirar el techo, preguntándome ¿Qué le gusta a la gente?

Razonamiento equivocado desde su planteamiento mismo, ya que la pregunta correcta para exorcisar el fantasma del "fracaso" en las redes sociales es: ¿Qué me gusta a mí?

Bueno. A mi me enloquece de gusto esta foto y me encanta por varias razones.

La primera porque la tomó mi marido, Rafa. Mientras algunas personas como yo necesitan hacer cursos de Fotografía para lograr una imagen más o menos aceptable, otros como él, tienen tan buen ojo que logran tomas excelentes simplemente enfocando y disparando.


Claramente este señor no es mi marido. Tiene pelo. Mi marido no.

No estudié música, pero saco canciones de oído en cinco minutos. Él se pasó trece años casi pupilo en el Instituto para recibirse de profesor de Música. Sin embargo, me pide que le saque las notas de las canciones con las que prepara sus clases.

Así que hasta en esto nos complementamos: equilibro la míopia con mi buen oído, y el toma las mejores fotos para mis redes sociales con su ojo biónico captador de momentos únicos.

La segunda razón por la que esa foto me encanta es porque no me retoqué la cara con edición. Me dejé las pecas, las patas de gallo, los lunares, el acné y las manchas que me salieron en el embarazo. Que se me vea en toda mi imperfección facial, y en mi poco estético atractivo de señora de mediana edad.

¡Que quede claro que estoy aprendiendo a usar Photoshop, eh! No luzco como Angelina Jolie, o Jennifer López,  las cuales menciono precisamente para que se hagan una idea de mi antigüedad etaria. Da igual. Si no me veo como ellas en alguna foto de revista de chimentos es porque no quise alterar mi belleza natural imperfecta.

La tercer razón es por la historia del oso panda con el que poso, apodado el feíto.

Lo de señora de mediana edad -sin tapujos, vieja- últimamente aplica para varias cuestiones de mi vida cotidiana: lo propensa que ando a los achaques físicos, como esta gripe del demonio; y lo quisquillosa en cuanto a mi método de trabajo.

No sólo me pase dos días redactando un documento PDF para enseñarselo a mis potenciales clientes cuando me piden presupuesto, también me noto reacia a tejer el primer patrón de amigurumis que encuentro navegando en la web.

Ni el primero, el segundo, ni el tercero. A veces, ninguno.

Si tengo una idea clara en mi cabeza en cuanto a diseño y tamaño, y no encuentro un patrón que encaje perfectamente en la imagen mental que me hice del muñeco terminado, opto por el camino más largo, el tedioso, aquél que sí satisface mi visión inicial: tejer desde cero y sin patrón. Crear mi propio patrón.

El feíto nació así. Me encargaron un oso panda. Navegué por la web. Los modelos que me gustaron eran demasiado pequeños o demasiado grandes. Y los tamaños ideales correspondían a diseños que no me encantaban en lo absoluto.

Sabía que tejer sin patrón requería el doble de tiempo. Pero como el extremismo y la testarudez también son características que se acentúan en la vejez, lo intenté de todas formas.


Una mula terca, como yo...

Sufrí bastante para darle una expresión aceptable al feíto. Intenté varios modelos de ojos tejidos y ninguno me convencía. Finalmente opté por la fórmula que sabía iba a funcionar pese a la falta de contraste de colores: ojos de seguridad negros, sobre fondo negro.

Como me tocó el ego no haber podido resolver la cuestión de los ojos de manera más creativa, en uno de mis arranques de chiflada le dije al oso: "Sos un feo".

Días después se lo mostré a mis amigas anunciándoles: "Para feíto, prefiero el mío."

También les conté que mi hijo generalmente viene a mi mesa de trabajo a husmear lo que estoy tejiendo y siempre se lleva una cabeza, un cuerpito o una pata para jugar.  Que al oso panda, ni pizca de atención.

Para una Doctora Juguetes como yo, no hay mejor supervisor de calidad que un niño de tres años. Y si mi hijo no había reparado en el feíto significaba que en verdad lo era. Feo y punto.

Mis amigas Gise y Andre hicieron lo que hacen las amigas de verdad: levantarme la moral. Me hicieron ver que el feíto no era tan horrible. Que protestar por trabajar en colores díficiles como lo son el negro y el blanco, no era motivo para calificar de malo mi trabajo.

Al día siguiente, el niño de los pantalones divertidos encontró al feíto arriba de la mesa y se lo llevó a su habitación a jugar dándole de comer maíz de plástico y otras delicias de colores. Hasta se durmió abrazado a él.

Tomé al osito entre mis manos y le dije en otro arranque de chiflada: "Al final, parece que no sos tan feo. A tu futura dueña le vas a encantar. " Como efectivamente sucedió una semana después.

Lo más importante de todo esto es que el feíto había nacido de experimentar con hilos y aguja hasta lograr la imagen que tenía en mi cabeza. Tenia que valorar eso. Y el hecho de que un primer intento no tiene que ser perfecto.

Esta foto que no obtuvo un millón de corazoncitos en Instagram refleja exactamente eso: una tentativa no excelente y mi imperfección física evidente. Por eso me gusta. Porque es sincera. Porque es auténtica. Porque la tomó el hombre que amo, aquel que supo ver mi potencial cuando ni siquiera yo era capaz de apreciarlo.

Claro que me hubiese gustado decir: "¡La rompí en Instagram con esta foto! Obtuvo un millón de corazoncitos..." Pero no soy adivina, y no sé exactamente que le gusta a la gente. Tratar de encontrar la fórmula infalible para caerle en gracia a todo el mundo, sencillamente no existe.

La pregunta correcta sigue siendo: ¿Qué me gusta a mí? Y en adelante intentarlo. Con fallas, con imperfecciones, pero con honestidad. Siendo auténtica.

Algunos me amarán, otros me odiarán. Está claro que si el miedo al intento me paralizara, ni siquiera quienes me odian tendrían la oportunidad de criticarme. Si no publicara aquí y allá, no habría qué criticar.

Los "fracasos" en las redes sociales, no son tales. El verdadero fracaso es hacer cosas para tratar de cumplir las expectativas de los demás. O pretender que el número de corazoncitos califique el nivel de nuestro potencial creativo.

Esta reflexión de engripada convaleciente iba a próposito de la incertidumbre que experimento cada vez que preparo los contenidos que voy a publicar, y en mi deseo natural de algún día llegar a mi primer millón de algo: likes, corazoncitos, muñecos vendidos, visitas del blog, etcétera. Aunque tampoco protestaría si fueran dólares.

Terminé como coach motivacional disertando acerca del aparente fracaso en las redes sociales.

Hasta en esto soy imperfecta: escribo por amor a las letras, y mientras lo hago me abro a que suceda la magia de la inspiración. Que las palabras emerjan de la manera que más les plazca.

Ahora bien, ¿Porqué tiene que ser todo tan difícil? Porque allá afuera hay un mundo entero machacándonos con una falsa ecuación: triunfo=fama.

Es difícil porque no nos hacemos las preguntas correctas, o porque la misma incertidumbre de no saber que funciona y que no, nos genera mucho miedo.


Una pregunta incorrecta es también un interrogante, la diferencia entre preguntas correctas y no, es que las respuestas de las primeras nos dan paz o nos dicen la verdad. Las segundas, nos llevan a conclusiones que nos hacen daño o son mentira.


El problema no es el miedo. Es no intentarlo aunque temblemos de pánico. El problema es que a veces ni siquiera sabemos que nos gusta y que no.

Entonces nos entregamos a quienes nos aman con la confianza de que ellos sabrán captar lo mejor que tenemos al tomarnos la foto más auténtica del mundo o levantándonos la moral.

Esta vez no la rompí en Instagram, ¿qué importa? Nada va a impedir que use esta foto para mi perfil, ni que siga escribiendo aunque esté engripada. Expresarme por escrito me gusta mucho más que quedarme mirando el techo.








Entradas anteriores:


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4 comentarios:

  1. Profunda reflexión .. Cuantas veces corremos en pos de agradar a los demás y nos olvidamos de agradarnos nosotros mismos

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    1. Cuando la premisa justamente debería ser "enamorarnos de nosotros mismos" si pretendemos enamorar a los demás. Creo que lo hacemos por inercia y por costumbre. Es bueno, de vez en cuando cuestionar lo que damos por sentado.

      Gracias, hermosa por pasarte como siempre a dejar tu aporte! Un abrazo!!

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  2. Es lo que me estoy replanteando.No suelo ser muy expresiva y me guardo muchas cosas que quisiera decir... pero bue ..ya aprenderé. Gracias Ceci.

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    1. Te deseo de todo corazón aquello que creas sea bueno para vos. Desde mi punto de vista no pasa por ser una cosa y no otra, o menos de esto y más de aquello, sino en aceptarse como una es y amarse igual...

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