Hoy es un día no sólo hermoso... ¡Creo que es estupendo!
Después
de una gran aguacero que inundó buena parte de la ciudad de
Resistencia, finalmente la temperatura descendió, anticipando la venida
del nunca antes tan ansiado otoño.
Es que no sé si por el muchas veces citado calentamiento global,
o debido a que empiezo a sentir el paso de mis años, que siempre
amé el verano, con ese olor a río, tereré de limonada, y arena caliente;
este año recé con vehemencia en reiteradas ocasiones que
acabara el calor de una buena vez. ¡No recuerdo haber sentido tanto
calor en mi vida!
Me resultaba complicado mantenerme sentada en la silla por más de quince minutos. No podía tejer. Me transpiraban las manos, y el hilo se me quedaba pegado a los dedos.
Eso sin contar que se me mojaba el trasero. En ocasiones tejía parada para evitar el agüita que se me corría por esa ranura sexy que todos tenemos en el dorso de la parte inferior del cuerpo. Es fuerte la imagen mental que genera mi afirmación, lo sé. Pero tenía que confesarlo.
No había aire acondicionado, ventilador o nubio esclavo con abanico de palmas que pudiera paliar el calor de este Chaco citadino.
Pese a la insoportable temperatura, me las amañé para amigarme con el velador de mi mesa de trabajo, que alumbraba (y quemaba el rostro) como si alucinara haberse convertido en mil reflectores para escenario.
Es que en ningun lugar de la casa tengo buena iluminación, salvo allí, que de día derrama abundante luz natural por estar frente a la ventana, y de noche encandila con la vedette del rincón: el velador de gancho, cuello flexible y foco de 100 watts.
O aprendía a reconciliarme con las circunstancias -calor, velador potente, dedos pegados al hilo, pompis húmedas, etcétera-, o no trabajaba. Y cuando una es miope desde la infancia (que no ve ni un elefante rosa enfrente de la cara) y tiene ganas de producir, aprender a amar las adversidades se vuelve una elección casi natural, por no decir la única.
Ahora, definitivamente enamorada de este clima templado y sintiéndome mucho más relajada puedo afirmar categóricamente que tuve una semana muy extraña.
Y como venía hablando de veladores, iluminación y demás yerbas, comento que antes del aguacero que trajo este fresco, en mi barrio tuvimos un memorable corte de luz de doce horas de duración gracias a un transformador que ya venía pidiendo auxilio desde hacía meses. Sencillamente, exhaló su último aliento, dejándonos en las sombras.
Caía el sol, y me estaba sentando a tejer cuando de repente se escuchó un sonoro paf. Especialmente ese día hacía uno de esos calores de negros de los que venía hablando.
Mi marido, el niño de los pantalones divertidos y yo salimos a la terraza en busca de aire, sólo para comprobar que no corría brisa alguna. Ni un asomo de viento.
Después de una hora de sufrimiento, chorreando agua y medio sofocados, resolvimos ir a casa de mi suegra. Sí, sí, leyeron bien: a casa de mi suegra.
Armé el bolsito con pañales y ropa para mi hijo, y mi bolsita de hule con hilos y agujas; dispuesta a retomar ese cesto de trapillo (o totora como le dicen también) con el que venía tan entusiasmada, y un top de crochet que tendría que haber terminado el siglo pasado.Y nos fuimos.
Reconozco que aunque tarde un poco en querer a mi suegra, con el tiempo se fue ganando mi admiración y mi cariño. Ella es una mujer muy fuerte, íntegra. ¡Vamos, me ha tratado como a una hija! Pero como todo tiene un pero... fuerte, íntegra y todo, ¡le encanta hablar! ¡Habla hasta por los codos!
Me contó su opinión del gobierno, del paro docente, de los incidentes que ocurrieron en el país la víspera del Día de la Mujer. Me habló de historia argentina, de los casos que se le presentaron cuando trabajaba de enfermera; me dio consejos de autoayuda, me nombró los beneficios de una buena alimentación, me dio los tips para ser mejor madre. ¡Hasta me prestó su libro de Horángel para que leyera mi horóscopo anual! Y por supuesto, me contó las anécdotas de mis cuñados cuando eran niños, las cuales ya las conocía todas.
Escuché todo con mucha atención. Pero la verdad, la verdad, lo que quería era que se fuera al baño aunque fuera por un ratito, para que me dejara contar los puntos.
Ella alabó mi trabajo, me llamó mujer ingeniosa, me encargó un porta termo y mate de trapillo... pero sus elogios no hicieron que me costara menos tejer al ritmo al cual estoy acostumbrada. Me impacienté un poco con la situación, pero una vez más usé la regla de amigarme con las circunstancias adversas. Dejé el trabajo para después y me puse a charlar con ella. ¡Qué más da!
Cuando finalmente volvimos a casa, (hogar dulce hogar ya con luz y sobretodo, con Internet) pude constatar con mucha emoción lo lejos que había llegado el artículo que escribí acerca de los pulpitos amigurumis para bebés prematuros. Gustó mucho a las personas que lo leyeron y eso me llenó de alegría.
Si te gustaría leerlo, dejo por aquí el link: Pulpitos amigurumis y una historia conmovedora
También me preparé mentalmente (o intenté hacerlo) para El sorteo más difícil del mundo. No sólo fue complicado explicar que debían cumplimentar las bases del concurso para poder participar. Lo que también me costó -y mucho- fue hacerme la idea de que debía poner mi hermosa caripela frente a una cámara para transmitir un video en vivo.
Jamás estudié ni hice teatro, ni expresión corporal, ni nada parecido. No tengo idea de oratoria. Poseo una pésima dicción además de que me abruma el pánico a que algo salga mal.
He estado muchas veces arriba de un escenario, cantando frente a muchas personas. Pero cantar es una cosa y hablar otra. Cuando canto me libero, soy yo misma en toda mi esencia. Fluyo con mi cuerpo, con la música, con el público. Es una experiencia fascinante que se produce sola, sin mi intervención conciente.
Cuando hablo siempre tengo miedo de tartamudear, equivocarme, pifearla, hacer el ridículo, etcétera, etcétera, etcétera. Tengo que pensar mucho y hacer un esfuerzo voluntario.
Para completar el contexto tragicómico, el niño de los pantalones divertidos se caía de sueño y andaba por ahí llorando a los gritos. Se me venía encima la hora del sorteo, me mordía los dedos del miedo. ¡Me tuve que vestir y peinar para estar adentro de mi casa, no para salir a comprar hilo!
Bueno, digamos que tampoco me esmeré demasiado...
Bueno, digamos que tampoco me esmeré demasiado...
Mi marido, el camarógrafo ocasional estaba igual de perdido que yo en lo referente al funcionamiento de las transmisiones en vivo de Facebook. Tal es así, que el primer intento de sorteo no salió al aire porque no oprimió la opción que decía: "transmitir".
Estaba dale que te dale, nerviosa, hablando como boba frente a una cámara apagada. Él, a las carcajadas limpias. El llanto del niño de fondo, como música ambiental.
Me tuve que reír también. Gracias a Dios el segundo intento si salió al aire. Cuando terminó, suspiré aliviada: otro miedo vencido. ¿Ves? ¡No fue para tanto! me dije.
Ya tenía ganadora, el concurso había terminado: ahora sí podía sentarme a continuar mi cesta de trapo.
Y la terminé.
Hoy amaneció estupendo, yo amanecí magnífica, ya casi concluyo el top que me encargaron el año pasado y que tuvo que haber estado terminado hace mil años.
Ahora escribo estas líneas frente a la ventana abierta, sintiendo el viento fresco acariciándome las mejillas. Pienso en que fue una semana extraña, atípica... ¡Pero que gran semana!
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