Recuerdo ese día con claridad.
Estaba sentada en mi puesto frente a la mesa sosteniendo el auricular del teléfono con la mano izquierda y hablando por el micrófono de la radiobase usando la derecha.
Tal vez pasaba tarifa o completaba la dirección de un viaje cuando irrumpió el dueño de la agencia de remisses, mi jefe, con un papel en la mano para anunciarme que ya “estaba en blanco”.
En aquel momento parecía como algo muy honorable tener una obra social mediocre que me descontara todos los meses del sueldo.
Se suponía que debía celebrar y aplaudir con las orejas por pagarle al Estado con horas de vida esclava a través sus abusivos impuestos.
Daba estatus social, claro. No era lo mismo trabajar en blanco que en negro. Lo primero otorgaba unos supuestos derechos laborales.
Ahora sé que los derechos son una conjunción de símbolos gráficos que llamamos palabra y nada más.
Otra palabra linda que forma parte del discurso fraudulento oficial. Narrativa de la que ahora mismo no voy a opinar porque no viene al caso.
Un rato después llegó mi relevo, una compañera que llevaba años trabajando de radioperadora en la agencia. Ella estaba blanqueada desde hacía mucho tiempo: lo supe por su cara de amargura al cruzar la puerta.
Mucho tiempo, por supuesto.
Ese cansancio, ese hartazgo, ese “otra vez tengo que venir acá a hacer lo mismo, una y otra vez...”
Yo llegué a casa con mi papelito tan blanco como lo que constaba en él.
Lo miré y me hice la pregunta que nadie, nunca, jamás de los jamases debe hacerse cuando acaban de oficializar su esclavitud...
“¿Y ahora qué voy a hacer? ¿Me voy a pasar los próximos veinte años de mi vida atendiendo teléfonos y pasando tarifas y direcciones a los remiseros?”
Al mes siguiente renuncié a mi trabajo.
***
Todo el mundo me dijo que estaba loca, que estaba cometiendo un disparate, que era una desagradecida, que cuánta gente busca trabajo y yo teniéndolo lo desprecié...
Con una amiga nos pusimos a vender ensalada de frutas a los kioscos cercanos. No me hice millonaria ni mucho menos. Sin embargo, noté con alegría como alcanzaba a pagar las cuentas y que podía darme el lujo de dormir sin poner la alarma.
El emprendedurismo es un rasgo muy marcado de mi personalidad que manifesté desde muy joven.
Cuando tenía dieciocho años salía por el barrio a vender aritos, pulseras y collares que yo misma fabricaba.
Ahora volvía emprender solo para subsistir e ir tirando.
Me emocionaba mucho cortar manzanas, naranjas y bananas escuchando rock and roll a todo gas, cantando a los gritos y haciendo el amague de bailar.
Vendí muchos, muchos potes de ensalada de frutas hasta que me volvieron a fichar para otra agencia de remisses a la que me resistí a aceptar su oferta porque no quería renunciar a mi recién ganada libertad.
Mi flamante jefe negoció bastante conmigo. Regateamos cual subasta. Había corrido la voz en el ambiente de que era muy buena en lo mío y él me quería en su agencia.
El tema es que ser operadora de radiobase no era lo mío.
Siempre fui, soy y seré artista. Con vena emprendedora, se entiende. Pero artista igualmente.
No podía imaginarme el resto de mi vida rezando para que me toque el turno de noche o de siesta. Ambos me daban unos minutos de inactividad que aprovechaba para tejer, doblar alambre o cantar sin que suenen los teléfonos a cada rato.
Llevaba mis proyectos artesanales “al laburo”. En todas las agencias que trabajé mis jefes hacían la vista gorda a la irregularidad. Lo compensaba con mi buen desempeño.
“Trabaja en algo que amas y no trabajarás un solo día más en tu vida.”
¿Así era la frase?
Lo que nadie dice es que lo que se ama tiene que dar dinero, al menos para ir tirando y subsistiendo.
Yo amo lo que hago.
Lo amo intensa y profundamente al punto que hay días como hoy que me canso de remar en dulce de leche porque estuve revisando el Excel y aparentemente no hay fallas en sus cálculos.
Tejer y vender muñecos no es rentable. Eso lo descubrí hace varios años ya.
No me pidan los números. Sáquenlo ustedes mismos: horas de tejido + material + traumatólogo para el dolor de cintura = valor del muñeco que nadie quiere pagar porque es muy caro. ¡Is mi quiriii! ¡¿Pirquí tintiii?!
Como buena emprendedora le busqué la vuelta. Ahora vendo los patrones de amigurumis. Quizás luego pueda compilarlos como libros... o tejer colecciones enteras por temáticas... o...
Resultado: me pasé los últimos tres años estudiando diseño editorial, aprendiendo dibujo, haciendo más cursos de fotografía, consumiendo más contenido de marketing digital y desentrañando el paquete completo de Adobe (Photoshop, InDesign, Illustrator, Lightroom)… ¡Puf! Podría decirse que ya estoy lista para editarle las fotos de Marte a la NASA...
Mis nuevas dotes de diseñadora gráfica se ampliaron enormemente trabajando para una casa de lanas que ofrece diagramas de tejido y tutoriales a sus clientas.
Es el trabajo perfecto para mí. Vengo colaborando con Ulylan hace casi cuatro años. Entremedio mi amiga Raquel de Amarulove me encargó la edición y maquetación de un libro de crochet y de varios de sus patrones de amigurumis.
Mis honorarios son lo que deben ser, acorde a la labor que realizo. Genero ingresos con lo que me gusta y me encanta lo que hago. Paralelamente continúo con la elaboración de mis patrones.
Bien hasta ahí.
El día que me saltó la térmica fue cuando vi un anuncio en redes sociales que decía “¿Cansada de comprar patrones de amigurumis que no te enseñan nada?”
¡¿Cómo dijo?! ¿Cómo se atreve madafack**#”@ piiiiiiii (pitido censurador)?
¡¡¡¡¿Sabés cuántas horas me paso yo escribiendo/reescribiendo textos, haciendo gráficos, sacando y editando fotos para explicar cómo se tejen mis muñecos?!!!
¡Cuánto descaro hijo de mil...!
Entré en el link del anuncio. ¡Claro! ¡Cómo no! Si está vendiendo un “pack de amigurumis para que aprendas todo sobre tejido que no te enseñan los demás patrones y bla bla bla”.
Chat GTP. De cajón.
La única habilidad de los pseudovendedores es perfeccionar el prompt para que la máquina estúpida le arroje un copy copiado (valga la redundancia) que cientos o miles de auténticos copyrighters (humanos, de carne y hueso) se descerebraron escribiendo para vender un producto.
Y los patrones del pack, robados. Faltaba más.
Si no se les cae una idea para crear un copy de venta ¿voy a esperar que hayan tejido algo en su vida?
Ni deben saber que es el tejido. Ni los amigurumis tampoco.
¿Y le están diciendo a los incautos navegantes interesados en el crochet que van a aprender a tejer con un refrito de patrones robados, de diferentes diseñadoras, de distintas latitudes, con estilos de tejido tan dispares como seres humanos existen sobre la faz de la tierra?
¿Estamos todos locos?
No me puedo poner de acuerdo con mi marido por la hora del almuerzo ¿y estos vienen a decir que la principiante y candorosa novata que aún no vio un ganchillo ni dibujado va a aprender a tejer con los patrones de diferentes diseñadoras?
¿O la explicación de Wikipedia acerca de lo que es un punto bajo también viene en el pack?
Ya ni hablemos de aplastar el trasero en la silla hasta que le salga el anillo mágico a la hipotética aprendiz. No, señor.
Llevo 9 años tejiendo amigurumis y al día de hoy no me sale el anillo mágico todavía.
Sigo enganchando la aguja donde no iba y lanzo improperios cual camionero de pantalones caídos y un tanto pasado de copas cuando toca hacer las piezas demasiado pequeñas.
Marketing vende humo.
Ah, claro. Vos te quejás porque vendés patrones podrían decirme. Me la veo venir a esa.
Bueno, resulta que, aunque existan recopiladores munidos de Chat GTP yo vendo patrones igual, porque lo que transmito y que las tejedoras compran es mi energía y el valor que aporto. Así que ese no es el punto.
El punto es la deshonestidad del marketing.
Yo también hago marketing. Todos somos vendedores al fin de cuentas. Vendemos nuestra imagen, o nuestras ideas. A cambio de dinero a veces. O favores. O influencia. Es venta en todos los casos. Y la venta es un proceso neutro. No es bueno, no es malo.
Pero si te prometo aprender a tejer con un rejunte de patrones robados a cambio de tu dinero te estoy mintiendo y la oferta es falaz por tres razones:
a) Un recopilador no es un creador. Vender lo que no es suyo sin permiso del autor se llama plagio.
b) Todos los planes de estudio y aprendizaje tienen en común haberse planificado, poseer una unidad, un desarrollo coherente, unos objetivos a cumplir y unas prácticas específicas para lograr dichas metas.
Que alguien me explique cómo demonios una principiante que sabe poco y nada va a aprender a tejer con un batiburrillo de archivos PDFs de fuentes diversas. Un mix, sin orden, concierto ni plan desarrollado que la guíe por un camino al que ingresa por primera vez...
c) ¡Y encima son unos caraduras al mofarse de nuestra labor! “Patrones de amigurumis que no te enseñan nada” dicen.
Quién está dispuesto a aprender, lo hace con cualquier cosa que le se le ponga delante. Aprendizaje es una actitud con la que se encara la vida más que capacidad cognitiva.
Huelga agregar que, en tanto artesanas diseñadoras, esto es un llamamiento a mejorar nuestra habilidad como comunicadoras.
Aunque duele reconocerlo, es verdad que no todas cuentan con las herramientas para expresarse bien. Se cometen muchos errores. Hay quién larga patrones a la venta a “lo-que-me-importa” sin siquiera hacerle una revisión ortográfica mínima.
Un patrón de amigurumi nunca sale bien a la primera. Mi patrón de Carpincho va por la octava edición en un lapso de seis meses.
No obstante, aunque siempre se pueden mejorar las habilidades a la hora de explicar un tejido, quienes diseñamos hacemos lo mejor que podemos y sabemos. No es justo que se mofen de nuestro esfuerzo.
No nos despertamos cada mañana exclamando “Voy a explicar todo mal” para que luego la tejedora se parta los cuernos tratando de confeccionar el muñeco.
Así que atenti aquí, porque la debilidad de unos puede ser el latiguillo de venta de otros.
Si nos casamos con la mediocridad sin buscar la mejora constante, pronto va a ser indistinguible la genialidad humana del procesamiento de datos por Inteligencia Artificial.
Y no sé ustedes, pero yo me niego a formar parte de esta incipiente “Idiocracia” que atrofie mis capacidades por falta de uso, delegándoselas a una máquina.
Volvamos al lío de los packs patrones robados. Por muy barato que este sea no reemplaza las horas de dedicación y sudor en la frente que se precisa para ganar habilidad manual.
Por descontado genera más confusión. Ya acuñaron un término para describir este fenómeno: infoxicación. Produce mareos, dolores de cabeza, niebla mental, falta de atención, baja productividad y empacho de barriga.
No, no obtuve los efectos adversos de la infoxicación leyendo un paper científico. No necesito que un señor de guardapolvo me lo explique. Mi cuerpo es mucho más eficaz y me proporcionó la experiencia directa.
“Ama lo que haces...” dicen. Sí. Me encanta la cita.
Yo lo amo, pero implica un montón de conocimientos que tuve que adquirir y una ingente cantidad de mi recurso más preciado: tiempo.
Después vienen un par de amigos de lo ajeno y tornan el juego más competitivo y menos rentable aún de lo que ya era desde el principio.
Cero tejido, cero habilidad, cero creación de algo. Cero tiempo en robar y un montón de ventas. ¿Cómo funciona al final todo esto?
Dale, hace tu magia, recopilador cuya habilidad es haber usado Control+C y Control+V de un prompt que viste en Internet. Ponete a dibujar y tejer. Create algo. Dale.
Está bien, yo me demoro seis meses en sacar a la venta un patrón porque me importa transmitir mi conocimiento y experiencia de la manera más fácil y comprensible.
Mientras, vos estás esperando como ave rapaz ese lanzamiento para apropiarte del trabajo que no hiciste.
Yo tengo magia en mis manos porque aplasté el traste en la silla.
Y no fue todo. Tengo magia en mis manos porque primero me miré adentro y la descubrí allí. Luego se transmitió a todo mi cuerpo.
Todavía hay quién se empeña en ver el éxito como la suma de acciones físicas que milagrosamente convergieron en ello. Acciones suertudas exentas del desarrollo personal y espiritual.
Que la práctica de observar el afuera reaccionando a ello, en vez de convertirse uno en la causa misma de sus propios logros, con un poco de suerte les va a dar el resultado esperado.
No hay fórmulas rápidas. No hay atajos. Se llama transpiración y constituye el 90% de lo que el mundo ni siquiera ve, porque es labor invisible, puertas adentro.
Escribo lindo y compongo lindas canciones también. ¿Será porque practico todos los días? ¡Qué casualidad! ¿No? ¿De dónde habré sacado el talento?
Dios fue injusto en la repartija de dones, me dio muchos y a otros nada. ¿O será que me ocupé yo misma de arar la tierra de mi mentalidad para cultivar nuevas semillas?
Dale. Seguí recopilando y vendiendo lo que no es tuyo.
Mientras yo ya no sé dónde más guardar las ideas que sobrevienen, que me bajan cual médium canalizando mensajes de los pleyadianos de la Quinta Dimensión.
Cada día, especialmente por las mañanas. A cada momento tengo ideas nuevas y frescas que anoto en un papel, en mi cuaderno, en el Telegram, atrás de los tickets de supermercado, en la Bandeja de Entrada de Notion, en el anotador del bolso.
No me da la vida para ejecutarlas a todas, ya quisiera yo.
Cada una de esas ideas precisa tiempo, dedicación, y energía para ser materializada. Así que tengo que organizar la agenda como si fuera un puzzle para que me entre lo prioritario.
No sé más que hacer con la abundancia ilimitada de ideas en las que nado y que llegan pateando puertas, sin pedir permiso siquiera, justo cuando estoy preparando mi mate de la mañana.
Con eso y todo me las apaño para llevar paralelamente cuatro o cinco proyectos creativos, más labor para terceros, más el taekwondo del nene y la lavada de platos.
Lo creativo y artístico LLEVA TIEMPO.
Los muñecos no se tejen solos.
Los patrones no se maquetan solos.
Los libros no se escriben solos. No aquellos que tienen alma.
Siempre se puede echar mano de Chat GTP para todo lo vacío y carente de energía, de humanidad y de poesía.
Y después se enojan conmigo cuando lo llamo máquina estúpida.
Es un buscador avanzado. Nada más. No sirve para nada más. No puede crear nada. No puede escribir nada. No puede tejer un muñeco. No puede ni traducir un patrón sin meter la pata. Es incapaz de hacer arte.
Lo máximo que puede hacer es hurtar arte ya creado, recopilarlo y arrojarlo como un pack de un montón de palabras que bien leídas no dicen nada. Igual que los amigos de lo ajeno que venden packs de 50 patrones robados. Acabo de descubrir porque hacen tan buen match entre ellos.
Cuando mi jefe “me blanqueó” yo supe instintivamente que no iba a aguantar los próximos veinte años de mi vida diciendo “buenos días, ¿a qué dirección le envío el coche?”
Lo sentí en las tripas como en la barriga percibí las mariposas el día que tejí mi primera estrellita de crochet.
Amo trabajar con las manos y compartir lo que aprendo. Y no. No es trabajo. Levanto la vista de mi labor y ya es de noche. Mi alma canta y celebra gozosa la vida que poseo para dedicarla a lo que me apasiona.
Los amigurumis que tejo como paso previo a los patrones generalmente son buenos regalos de cumpleaños y para recién nacidos. Así que tengo la grandísima fortuna de ver la luz en la mirada de los niños que reciben mis muñecos.
Su emoción y contento no tiene precio. Me trasciende, me desborda, y si me demoro mucho rato evocando esas sonrisas hasta lloro.
Yo entiendo que los recopiladores necesiten ganarse la vida como todo el mundo, y si lo hacen a nuestra costilla siempre habrá uno o dos como yo que escriban sin Chat GTP o alcen la voz (con su propia voz humana, no con el dictado de voz de IA).
Los artistas y artesanos también necesitamos ganarnos la vida. Y lo merecemos.
No solo porque embellecemos el mundo de arte, sino también porque sin nosotros ustedes no tendrían a quiénes robar. Chat GTP se quedaría cesante y sería peor que lo suplanten por la SkyNet.
Hay días en que con gusto largaría al demonio todo esto de emprender, de tejer, de hacer muñecos... porque me canso.
Y no puedo. Soy artista.
El único teléfono imposible de ignorar es la llamada de la inspiración. Llega cuando llega. Susurra ideas y se va.
Luego me deja a mi todo el trabajo. Pero bueno. Eso es lo que hacemos los artistas. Materializamos lo increado, algo que pocos quieren hacer.
En esta cultura del todo ya, dame el pack, se reniega del proceso creativo.
Que sí, en alguna oportunidad es duro, la mayoría de las veces irracional e incomprensible hasta que se revela por sí mismo, justo cuando el artista está a punto de lanzarse por la ventana de un quinto piso al no soportar tanta visión de otro mundo.
Hay que trazar muchos bocetos, cometer una obscena cantidad de errores, maquetar, escribir borradores, leerse libros, tomar notas, comprarse un curso de vez en cuando y practicar.
Practicar, practicar, practicar.
Y seguir practicando.
Y mañana otra vez.
Y pasado también.
Internet y los telefonitos más inteligentes que nosotros a la hora de captar nuestra valiosa atención nos malacostumbraron a la inmediatez.
Y la creatividad no funciona así. La creatividad es un proceso. Necesita tiempo, espacio, un entorno favorable, semillas escogidas deliberadamente y riego diario.
Yo veo gente cosechando y vendiendo frutos ajenos.
Y veo otra gente creyendo que esos frutos salieron del aire, comprándolos como si pudieran ponérselos como un traje que mágicamente los convierta en árboles frondosos y robustos.
Por eso escribí este post. Hace cinco horas estoy acá.
Los recopiladores no tienen ideas, ni técnica, ni práctica para crear un escrito como este.
A los ingenuos les faltó tiempo para profundizar en herramientas que le ayuden a distinguir lo humano de la IA. Van demasiado apurados.
Alguien tenía que escribirlo.
La inspiración vino, me dictó y se fue. Como siempre me deja todo el laburo a mí, no sin antes depositar sus regalos. Nadie haría arte con todo el trabajo que conlleva si no probara antes la miel de su recompensa.
Resulta que mañana me voy a levantar con las fuerzas suficientes salidas de no sé dónde para continuar con lo mío.
Me puedo dar el lujo de sentirme cansada de remar en dulce de leche porque tengo la certeza de que cuando despierte no diré “otra vez hacer lo mismo”, ni habrá amargura en mi rostro.
Por el contrario, saltaré de la cama deseosa de empezar mis actividades laborales creativas.
Más ideas que no sé dónde ya poner vendrán pateando puertas pidiendo ser escritas si no atendidas en un plazo breve. Más muñecos, más patrones, más libros, más escritos, más canciones, más fotografías, más amor tendré, y más amaré mi vida.
Que en última instancia el arte siempre es amor. Expresión genuina de un Amor que va más allá de toda la ilusión puesta en escena por los vende humo de todas las épocas en la historia de la humanidad.
Amor. La esencia misma de la trama de la vida. La sustancia que anida en todos los intersticios del cosmos.
Materializar esa sustancia lleva tiempo, energía, dedicación, y mirarse adentro para no andar creyendo la tontería de que existe la fórmula definitiva aplicable para todos. No sea que usando la brújula ajena te pierdas la maravillosa experiencia de descubrir tu propia magia.
También recuerdo ese día con claridad.
Estaba sentada en la camita de una plaza que usábamos como sofá de comedor. Solté la aguja de crochet, el hilo color lila y la diminuta pieza que estaba tejiendo sobre el edredón azul. Apoyé una mano la cama y la otra en mi enorme panza de embarazada.
Entonces me hice la pregunta transformadora que todo individuo debe hacerse al menos una vez en su vida.
Suspiré con satisfacción al ver mi primera estrellita amigurumi terminada. No tuve tiempo a pensar en una respuesta. De hecho, nada más formularla, ya había olvidado la pregunta.
Estaba absorta considerando el color más apropiado para la siguiente estrella que tejería.
“A mi bebé le va a gustar su móvil colgante de estrellas. Lo voy a colocar justo encima de su cuna” me dije. La idea me regocijó tanto que mi hijo se removió en mi panza dando él también muestras de su asentimiento.
Sentí tanto, tanto amor que repentinamente volvió a surgir la pregunta, diáfana en mi mente.
Y lo supe. Desde las tripas, con todas mis entrañas, con la vida de mi hijo nonato como testigo de ese momento tan trascendental.
Supe que podía pasarme el resto de mi vida haciendo eso.
Igualmente no contesté la pregunta.
Desde entonces me prometí que a partir de ese momento mi vida entera sería la Respuesta.
Entradas anteriores:
El libro del Diario:
Mmmm..no salio el comentario
ResponderBorrarNo pasa nada Sil. Me lo comentaste por privado. A mi tampoco me deja entrar a mi cuenta para comentar...
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