Desde el punto de vista del Marketing Digital masivo,
mis resultados no eran espectaculares, sino más bien mediocres. Pero mi amigo
emprendedor me llamaba un caso de éxito porque no había nadie en estas
latitudes que lo hubiese logrado con ese nivel de engagement (enganche).
Prosigo la historia por el final: no resultó.
Era verdad que por estas latitudes el grueso de la gente
no piensa mucho en grande, ni se proyecta internacionalmente. Pero es que yo
tampoco pensaba tan en grande como mi amigo emprendedor creía.
Había llegado a ese punto ligeramente superior a mis
comprovincianos de Chaco y Corrientes sí. Pero ni siquiera tenía idea de lo que
había hecho. Tampoco lo veía como un logro. Para mí era algo que simple y
llanamente sucedió.
Cuando intenté replicar mis resultados en su empresa,
hice lo que yo sabía hacer: buscar imágenes lindas y escribir textos atractivos
con la temática de la construcción para realizar con ellos publicaciones en
Facebook. Lo desconocía todo sobre el asunto. Así que me demoré más
informándome que haciendo tareas concretas.
Nada de esto hizo que la cosa funcionara. El proyecto
fracasó estrepitosamente. ¿Qué falló si estaba reproduciendo los pasos que
seguía en Aramela?
Hoy, tres o cuatro años después de este episodio,
podría elaborar una lista enorme de errores cometidos y los jugosos
aprendizajes que me regaló la experiencia. Es más: podría escribir un libro
entero si me pusiera a ello.

Basta detenerse en las biografías de grandes artistas
y creativos para comprender este punto. Genios profesionales con una vida
personal solitaria, miserable, muchos sumidos en la pobreza. No me detendré a
juzgar si esto es bueno o malo. De hecho, pueden contarme como una de ellos. Por
mi biografía estoy predestinada al suicidio solo por ser escritora.
Optar por ser un individuo estructurado, es todo lo
opuesto a divertido. Además de antinatural. La estructura casa bien con la
ritualística y la rutina. Todos los días lo mismo, a la misma hora y por el
mismo canal. Muerte por aburrimiento. Cerrazón de mente. Acartonamiento
crónico.
Este perfil de individuos puebla los sueños húmedos de
los ingenieros sociales dedicados a la predicción del comportamiento social,
haciendo ganar a sus empresas miles de millones de dólares al año a costa de la
estabilidad y la disciplina programada de esta gente.
Mi respuesta a la primera pregunta se zanja rápido:
no. Nadie está obligado a elegir entre ser un suicida o una oveja más del
rebaño humano.
No voy volver a contar lo que describí en este post. El monstruo me comió. Listo. Ahora tenía que averiguar
cómo desandar el camino contrario para que me regurgitara de su barriga. Nadie
en su sano juicio se siente feliz adentro de la panza de un monstruo, y menos
si sufre claustrofobia gástrica.
Mi error fundamental fue creer que mis resultados,
buenos, malos, mediocres o fantásticos, (da igual el adjetivo), habían sido
fruto del azar. De una conjunción aleatoria de factores indeterminables por mi
despistada mente.
Que yo no fuera consciente de que utilizaba técnicas
de storytelling, de copywriting y de marketing digital persuasivo, no
significaba que no las usara a diario. Lo azaroso fue que diera con ellas
desconociendo su existencia. Lo asombroso era que de tanto manotear a tientas
el tablero, un día sí y otro no, conseguía pulsar el botón correcto que lograba
el engagement del público.
Atribuía el éxito y el fracaso de mis posts a la
inspiración del día. Esto era cierto, en parte. No podría escribir ni una letra
si el soplo de vida que arde como fuego en el centro de mi pecho no me
impulsara a poner por escrito mis experiencias con el fin de compartirlas. Pero
cojeaba de un pie al no tener una estructura que sostuviera ese campo de
posibilidades que es la inspiración pura cuando no tiene sendero cierto.
La inspiración, también conocida como energía creativa
o energía sexual, niño interior, Espíritu Santo, Ser Superior, Doble Cuántico,
o simplemente subconsciente, es una fuerza poderosísima que, si la bloqueamos,
nos destruye. Si la ignoramos, se disipa en tonterías. Solo cuando la
encauzamos creándole un canal para que fluya, convierte todo aquello que
tocamos en un milagro.
Y decimos: “simplemente sucedió”.
¿Cómo es un río sin su lecho? No es río sino una
ciudad inundada.
La inspiración tiene alas, y sin estructura que a
manera de cordón la sujete y la atraiga hacia abajo, se queda volando en el
mundo de las ideas sin que sus pies jamás besen la tierra de los hechos y actos
materiales, concretos, visibles.
Para salir de la barriga del monstruo necesitaba un
plan. Precisaba una estructura. Crear un método para mantenerla actualizada y
al día. Darles salida a mis ideas convirtiéndolas en elementos visibles.
Necesitaba seguir parámetros realistas, de la vida cotidiana que se
sincronizaran también con mis rutinas.
No era una tarea fácil, no. Era un esfuerzo más grande
que el monstruo mismo. ¡Jamás había creado una estructura! ¿Por dónde se supone
que debía empezar?
El curso de Introducción a la Programación que
mencioné en este otro post me dio la primera clave, más no fue la única. Tampoco me voy a repetir aquí.
Cuando se aprende a pensar por el final es factible crear una estructura en torno a ese cuadro que no existe, porque aún no fue pintado. Es la próxima app para móviles que el programador aún no desarrollo porque todavía está definiendo de qué maneras va ayudar a las personas que la descarguen.
El desarrollo luego es fácil cuando la descripción de
lo invisible es clara, específica, puntual y teniendo en cuenta las variables
conocidas. Empezar es un paso lógico y natural cuando uno sabe lo que quiere y
lo detalla por escrito: la estructura se revela por sí sola.
Fui desarrollando mi estructura de vida a lo largo de
estos tres últimos años y conseguí lo imposible: ordenarme. Me di cuenta que
entre manotear el tablero a ver si atinaba al botón y conocer qué técnicas
estaba utilizando para luego replicarlas, era preferible lo segundo. El
monstruo decidió vomitarme: de repente me había vuelto indigesta para él.
¿En qué falló la empresa de mi amigo? Exceso de
inspiración con carencia de estructura. No habían sogas que tiraran la energía
voladora hacia tierra.
Yo misma no tenía marco contenedor: era un “barquito a
la deriva”, como me dijo mi futuro novio el día en nuestra primera
conversación. En una muestra de sus dotes de profeta, sin siquiera conocerme,
supo leer muy bien mi error fundamental. Ocho años después, ya siendo mi marido
odié escucharlo con su burlón: “te lo dije”. Siempre tuvo razón en eso.
Estas últimas semanas por “inspiración” precisamente
empecé a reflexionar en cuanto había mejorado mi vida desde que implementé
estructuras, manuales de procedimiento y de estilo, sistematización de tareas
repetitivas, y el uso de plantillas como marco para labores propias y de
terceros.
El Universo captó mi vibración y mis preguntas. En respuesta envió toda una serie de acontecimientos para que pusiera a prueba la teoría que se estaba gestando a raíz de esas reflexiones.
El evento más significativo de todos fue un desacuerdo relevante con Ceci, propietaria Ulylan, la casa de lanas para la que colaboro, encargándome de la parte online del negocio. Yo le rogaba que me detallara el objetivo de una serie de publicaciones para redes sociales. Ella me decía que no había ciencia alguna en tomar una foto y subirla con cualquier texto. ¿De qué objetivo estaba hablando? No había tal objetivo. “Es solo una foto”.
Sí y no. Ambas teníamos razón. Ambas estábamos
equivocadas.
Me salió decirle a Ceci: “Cuando publicás sí estas usando
técnicas, solo que no sabés que las estás utilizando. Cuando sacás una foto,
solo le das click para capturarla. Y luego parece que todo es lo mismo. Pero no
lo es.”
Mientras lo decía me veía a mí misma años atrás
publicando sin éxito alguno en la empresa de construcción, absolutamente
frustrada. Escribiendo textos al aire, usando imágenes de un banco gratuito y
rezando para que funcionara. Entendía a Ceci mejor de lo que ella creía. Yo
estuve ahí. Muuuucho tiempo estuve ahí.
No me quise explayar en las técnicas de composición,
ángulo, luz, o temperatura de las fotos, sujeto u objeto a fotografiar.
Tampoco podía explicar que el tono, modulación, público
objetivo, extensión, estado de ánimo e intención son parámetros para la
creación de un texto, y que este variará sensiblemente según si se quiere
vender, inspirar, comunicar algo, o contar una historia.
En este último listado también cabe el verbo no
reconocido por la RAE: “pavear” que alude a la negativa de algunas personas a
llevar un diario y escribir en redes básicamente cualquier cosa que se les pase
por la cabeza. Ruido sin nueces.
No obstante, lo más importante del desaguisado con
Ceci fue que llevó la reflexión Estructura vs. Inspiración un paso todavía más
allá.
Cuando pensé en mi estructura de vida como una casa calentita y confortable en la que me encontraba a salvo y segura, también me di cuenta que era posible viajar lejos del hogar a divertirme por ahí. Mi espíritu inquieto siempre tendría dónde volver.
En mi casa había espacio para escribir en mi cuaderno todos los días, una habitación para el ocio mirando series y leyendo literatura de ficción, un cuarto para Aramela, otro para el Diario. Ciertamente Ulylan tenía su propia habitación. La colaboración editorial con Amarulove de mi queridísima amiga Raquel Vargas también contaba con su espacio propio dentro de mi casa. Mi alumno de canto tenía una pieza que combinaba juegos con técnicas vocales.
Pero si un día decidía hacer las maletas e irme de
vacaciones, no pasaba nada. Podía dejar de escribir un tiempo, podía leer
libros educativos o hacer un curso de diseño en vez de trabajar.
Si quería, un sábado por la tarde se convertiría en
mates en el parque: yo me reiría de los chistes ingeniosos de mi marido
mientras mi hijo se hamacaba en el columpio. Me descalzaría para hacer grounding
en el césped disfrutando de las caricias de la brisa en mis mejillas.
Descubrí que podía hacerlo, porque a mi regreso
encontraría mi casa, la estructura de vida, tal y como la dejé. Al abrir el
calendario y la lista de tareas, todo estaría exactamente cómo lo había
programado y anotado. ¿Qué tenía de milagroso que cada cosa de mi mundo, tanto
las visibles como las invisibles estuvieran acomodadas cada una en su lugar?
El único milagro fue haber tenido la determinación de
crear carpetas para separar las cosas por categorías, usar listas anidadas para
los proyectos, programar las tareas para que se repitieran cada cierto número
de días, y colorear el calendario en bloques temporales para cada ámbito: cosas
personales, familia, trabajo, ocio, necesidades, etcétera.
El sistema no funcionó nada más diseñar las plantillas
y ponerme de acuerdo conmigo misma acerca del estilo que quería usar. Por
supuesto que no. Invertí muchísimo tiempo. Tres meses para limpiar mi casa (la
de verdad, en dónde vivo) con el método de Marie Kondo. Dos años más para ordenar
el desbarajuste de contenido en dispositivos electrónicos, y cajas llenas de
amigurumis sin terminar.
Levanté mi casa metafórica sudando con cada palada de
tierra imaginaria que cavaba, en mi afán por construir cimientos lo
suficientemente sólidos como para edificar un igualmente metafórico Empire
States.
Entonces recordé la famosa frase de Arthur C. Clarke:
«Cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.»
La noche anterior había vendido un patrón de amigurumi
en Etsy, y todavía me estaba preguntando como aterrizó la compradora en mi
tienda. ¿Lo hizo por el blog? ¿Por las redes sociales? ¿Fue el SEO de Etsy el
catalizador de la venta?
Desde mi punto de vista inspirado y no informado, fue
magia. Hice una venta. Punto. Solo sucedió. Por supuesto, la agradecí. Negar
mis logros como si no se hubiesen producido, es otra de las cosas que estoy en
proceso de mejorar.
Desde el ángulo de mi mente objetiva, mis sitios no
tenían la mejor estructura del mundo para convertir visitantes en ventas, pero
permitía el acceso a mis productos de pago. Había hecho la mitad de la tarea. No
había sido una completa casualidad. No fue mágico, ni un proceso milagroso.
“Es posible que detrás del milagro hayan técnicas y
estructuras concretas...” escribí en mi cuaderno esa mañana. “¡No! No solo es
posible... ¡estoy segura! Si las conociera podría replicarlas en plantillas,
reproduciendo así los resultados que generan.” Y don Arthur volvió a resonar en
mi mente como si lo tuviera al lado mío recitando sus propias palabras:
«Cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.»
La reflexión se convirtió en un estallido luminoso.
“Esta reflexión es muy grande. Me sobrepasa”, escribí llegando al término de
esa entrada de mi diario.
Las palabras finales fueron en realidad preguntas. Con
ellas cerré aquel texto manuscrito. Es mi deseo dejarlas plasmadas aquí para
que cada quién les cree el canal y la estructura que considere pertinente para
su vida, y las utilice como mejor le parece.
Son preguntas filosóficas, amplias, simbólicas... pero
aplicadas a temas muy específicos son útiles para quién como yo, guste
transpolar lo arquetípico a diferentes disciplinas, colocar piezas de puzzle
para armar la imagen grande, o unir puntos para averiguar de qué va el dibujo.
Son estas:
“¿Es posible que detrás de la Creación haya un Dios
que no solo es alfarero, artesano y moldeador de plasma (arcilla), sino también
ingeniero, programador, diseñador y técnico? ¿El gran Arquitecto de Matrix y de
la Francmasonería?”
“Si diera por válida la metáfora de que los humanos
fuimos creados a Su imagen y semejanza, ¿no significa eso que cada uno de
nosotros es tanto artesano (inspiración) como diseñador (estructura) de su
propia vida?"
“Si esto es verdad, ¿puede alguien explicarme qué
hacemos comiéndonos los mocos en vez de aplicar la dupla Inspiración-Estructura
para mejorar nuestra sociedad y evitar los desaguisados?”
No
andaba tan desencaminada al recorrer este derrotero. Recordé que los
alquimistas siempre andaban tras la Gran Obra. Ésta era de índole personal y
espiritual e iba más allá del Elixir de la Eterna Juventud o jugar a transmutar
el plomo en oro. Ellos usaban técnicas muy precisas. Vamos, ¡la Química de hoy
debería besarle los pies por su trabajo de siglos!
¿Quién más estructurado y científico que ellos? Si
equivocaban un gramo de dióxido de algo a su mezcla no solo rompían el crisol,
sino que volaban el pueblo en mil pedazos debido a la explosión que podían
causar. Estos mismos tipos ritualistas, disciplinados y medidos buscaban algo
tan elusivo y abstracto como la Divinidad. Ese era su fin último. Y ninguno de
ellos podía predecir cuándo Dios habitaría finalmente sus corazones. Su labor
abarcaba la totalidad de sus vidas.
No se me ocurre una analogía más hermosa que la de los
alquimistas para ilustrar La Ley del Desapego que Deepak Chopra describe en Las
7 Leyes Espirituales del Éxito: “La buena suerte no es otra cosa que la unión
del estado de preparación (estructura) con la oportunidad (inspiración)”. Los
paréntesis son míos.
¿No es curioso ya que Chopra use los términos ley y desapego en una misma oración? Ley como regulación inexorable, el marco
contenedor, y desapego como un “dejarse ir, dejarse llevar”, fluidez... antes
que yo escriba este post muchos otros conectaron los puntos... no digo nada
nuevo.
Por último, para ir cerrando, si alguien todavía cree
que un día el Big Bang creó la Naturaleza y los seres vivos por puro azar, de
manera aleatoria... Que no hay estructura detrás del absurdo que a veces es
vivir...
Que no afirmo que el Big Bang no haya existido. No lo
sé. Solo digo que si sucedió no fue un evento fortuito en lo absoluto. Y la
vida sí es absurda. De manera ocasional para los curiosos y buscadores.
Permanente para los que desconocen o se niegan a conocer el Manual de
Procedimientos del Universo. Este manual viene además en diferentes versiones, segmentado
para cada público.
Que la vida no viene con manual de instrucciones, nos
dicen. “Nadie te enseña a vivir”, frase manida si las hay. Que nos estamos
comiendo los mocos, digo yo. Que el Manual existe y está oculto a plena luz
día, visible para quién “tenga ojos para ver”.
Estructura e Inspiración son las dos caras de la
moneda llamada Propósito de Vida. Todos tenemos una de esas monedas. Todos
venimos a cumplir ese propósito, lo sepamos o no.
Es una paradoja que el Manual esté escondido dentro de
nosotros, él último lugar en el que se nos ocurre buscar, distraídos en
doctorados y masters, suponiendo que complejidad es equivalente a eficacia,
humildad es sinónimo de pobreza o que la simplicidad no es profesional.
Tanto si creemos que el amor va a pagar las cuentas, o
que el libre mercado nos va a hacer mágicamente felices, ambas posturas fueron
diseñadas, (y léase bien: diseñadas) para que sigamos buscando afuera lo que en
realidad se encuentra adentro.
En el mejor de los casos, es una broma. Es una gran
broma que todas las cosas bajo el sol supuestamente funcionen con la estructura
demente, ilusoria pero muy “oficial y experta”, que termina siendo totalmente
opuesta al Manual de Instrucciones del Universo.
Yo le atribuyo al Artesano y Diseñador la autoría de
este gran chiste.
Pude oírlo reír a carcajadas mientras me limpiaba la
baba del monstruo que acababa de escupir mi humanidad desde sus fauces. Levantó
la ceja y esbozó media sonrisa cuando nada más zafarme de ese bicho, ya estaba
dirigiéndome como un zombi al siguiente problema existencial.
Pude sentir su orgullo cuando decidí apretar deliberadamente
el botón correcto que activaba la magia. Nadie pudo alegrarse más por mí
cuando decidí dejar de gatear para dar mis primeros pasos estructurales. Reímos
juntos cuando descubrí lo estúpida que me veía perseverando en el error
fundamental.
Se rió de mí. Se rió conmigo. Yo reí también cuando
entendí el chiste. Después de todo Él era el único capaz de inventar algo tan
logrado y sublime como el sentido del humor.
Eso sí que es un milagro.
Me pregunto qué técnica habrá usado...
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