jueves, 14 de enero de 2021

No tiene título... solo tenía ganas de escribir un rato

A veces extraño este Diario. Lo extraño mucho de verdad.

Afortunadamente siempre hay algo para hacer, o qué atender. Entonces no queda mucho tiempo ni espacio para lamentar el haberlo interrumpido, así tan drásticamente... tan abruptamente. Tan... ¡qué se yo! No encuentro los adjetivos para describirlo. 

Hoy, ahora, pandemia con cuarentena después, vengo aquí, así como con culpa y con miedo, preguntándome que demonios estoy haciendo si me juré que no iba a publicar más. De hecho, es cuestión de tiempo para que cierre este blog... pero... 

Nada fue normal los últimos doce meses ¿porqué habría de sorprenderme mi propio comportamiento anormal?

De hecho, a medias desconectada de los sitios virtuales comunes, observo no solo mis propias conductas extrañas, sino también la de muchísimas personas.

La semana pasada me preguntaba que estaba causando la avalancha de gente que aterrizaba en Telegram. La aplicación es bastante chismosa y envía una notificación cuando un contacto de la agenda se une a la plataforma. Tres, cuatro, ocho de contactos. Una amiga, otro amigo, las seños del jardín de mi hijo. ¿Las seños del jardín? Diez, doce, quince personas más. ¡Wow! 

Y yo, zonza diciendo para mis adentros: "Mirá que bien, por fin se dieron cuenta que Fiat 600 no es Ferrari. Whatsapp está sobreestimado y ahora van a conocer como es un servicio de mensajería elevado al cubo..."

Pasaron cuatro días hasta que me enteré de la polémica noticia. Y me tardé, precisamente porque hace años dejé de mirar noticias. Y Facebook que siempre fue mi canal informativo dejó de serlo el día que entendí que se había convertido en la cloaca mental de personas con suficiente pereza para no llevar un diario íntimo y con el hábito inveterado (propiciado por la misma dinámica y naturaleza de las  redes) a decir la primera cosa que se les pasa por la cabeza sin procesarla primero o calcular las posibles consecuencias. 

Por supuesto hago mea culpa, que yo también estuve en esa situación. Y seguiría todavía diciendo tonterías en las redes si no hubiese llegado la pandemia a darme una rotunda cachetada al alma. Una muy fuerte, por cierto. Tremenda, para ser más exacta. 

En fin, que la gente llegaba al Telegram y antes de conocer la novedad no entendía que pasaba. Pero cuando lo supe no podía decidir si estaba contenta por ver a mis amigos allí o me daba una patada en la entrepierna de la rabia que sentía.

"Les dije, en abril del año pasado les dije lo que estaba pasando. Les avisé y me trataron de loca, exagerada y conspiranoica"... reprochaba al aire. Porque mi reproche estaba dirigido al mundo en general y a nadie en particular. Pero era reproche al fin y tuve mi minuto de victimismo y condescendencia para conmigo misma.  

Y abril de 2020 ya era tardísimo para darse cuenta lo que estaba pasando. 

En mi caso, el único camino posible estaba claro: desconexión. Detox de redes sociales. Desintoxicación de la adicción. 

Una parte de mí, la adicta, se resistía con fiereza, pero lo poco que me quedaba de cordura me suplicaba que detenga el tren o me iba a morir. Mi sistema nervioso estaba a punto de colapsar. Mi cuerpo tiraba todas las señales de alarma y yo seguía sin escucharlo. 

La primera semana sin publicar fue un infierno. La segunda, caminaba por las paredes. La tercera, tirada en el piso en posición fetal, me abrazaba sola. El resguardo social preventivo impidió que mi marido saliera a comprar un chaleco de fuerza. 

Aún así, de vez en cuando mis dedos se movían solos y publicaba alguna cosa. 

Lo hacía con la intención de echar luz sobre el asunto, pero en mi calidad de rebelde desconectada que amagaba con volver a publicar, lo que intentaba comunicar a las personas les resultaba absolutamente incomprensible. 

De hecho, todo lo que empezaba a decir era incomprensible incluso para mí misma. El mundo que conocía, y con mundo me refiero a mi propio sistema de creencias había desaparecido por completo. Para empeorar, el mundo de afuera se había desmadrado a tal punto que no estaba segura de si me estaba volviendo loca, o estaba recuperando la cordura. 

Dejar de publicar, comprarme un reloj con alarma para poder apagar el teléfono a las cinco de la tarde, revisar el correo solo una vez por jornada, y limitar mi tiempo conectada a solo sesenta minutos por día, literalmente me aisló casi por completo.

Lo que no sabía ni tampoco esperaba fue descubrirme como la persona que realmente soy y no la que debía ser para mantener una reputación en línea. 

Eso fue sencillamente liberador. Tampoco tenía que peinarme ni sacarme selfies. Mejor aún. 

No pasó mucho tiempo hasta que volví a retomar actividades tan prosaicas como la jardinería o el lavado del platos. Tampoco podía creer como esos quehaceres tan banales pudieran aportarme tanta alegría. Celebré cantando karaokes de cuatro horas consecutivas haber escrito y terminado dos futuros libros, simplemente por no vagabundear más y negarme en seco a mirar lo que pasaba en redes sociales. 

También comprendí que nadie que esté conectado podrá entender jamás que se siente la desconexión. Nada de lo que diga o publique podrá reemplazar la experiencia. 

Jamás reparamos en el zumbido de los electrodomésticos ni en el brillo de las estrellas hasta que un desperfecto técnico causa un corte de luz. De la misma manera, en mi mente se hizo un silencio carente de ruidos que no experimentaba desde los años noventa. Paz mental. Auténtica y real. La suficiente como para oír con nitidez las ramas de los árboles de la vereda que se mecían con un suave viento. 

Fue esa paz la que consiguió que detuviera esos estúpidos reproches y las ganas de pegarme en la entrepierna observando azorada la avalancha de gente llegando a Telegram. Y opté por alegrarme. 

Después de todo la alegría que se elige a consciencia fue la gran lección que me dejó la cuarentena. ¿Qué el mundo se va al infierno? Puedo elegir estar contenta. ¿Qué vamos a morir todos por el bicho? Alegría, que no creo que del otro lado haga cuarenta grados de calor como en este Chaco citadino. ¿La economía se desploma? Soy artesana, puedo hacerme una lanza de crochet y salir a cazar al monte. 

Qué da lo mismo lo que pase afuera... la alegría es una elección que se hace adentro. Y punto. No hay que darle más vueltas. 

Alegría porque elegí no publicar por compulsión o por mantener una ficticia reputación virtual que no hace mella en quién soy siquiera. Soy, independientemente de lo que publique, y si publico, como ahora, que sea por la alegría de escribir.

Como fue siempre este Diario. Mi mejor reflejo. Lo más auténtico de mí. Y hacerlo porque tengo ganas, y ya no me importa buscar una foto para hacerle una portada o ponerle un título marketinero para que alguien se digne a leerme. Esas cuestiones precisamente son las que se derrumbaron después de la cachetada fortísima del 2020. Ah, y el mito de los seguidores. Fue hermoso y duro al mismo tiempo ese instante de lucidez en el que descubrí  el meollo de esa ridícula falacia. 

Que la gente ahora está asustada porque las plataformas venden su información y van en bandada a Telegram como si fuera la panacea para todos los males del mundo. La big data es asunto viejo. Ocurrió siempre. Aunque empecé a tomar consciencia de ello recién en abril del año pasado, cuando ya era demasiado tarde y salvo el fatídico TikTok, tenía cuentas en casi todas las redes. 

Si supieran cuanta información en segundo plano contienen las fotos, jamás volverían a compartir ninguna. Si conocieran como trabajan los algoritmos cerrarían todas sus cuentas. 

De hecho, yo sabiéndolo no las he cerrado porque creo que es más fácil apagar el Wi-Fi. Y que detrás de la más espantosa adicción colectiva que ha sufrido el ser humano que ya dejó de ser humano para convertirse en un híbrido dependiente del móvil sigue habiendo algo positivo en todo esto.

Desconectarme de lo virtual me permitió conectarme conmigo, con mi familia, con mis amigos de una manera más genuina. Ahora mis mensajes de audio son de veinte minutos y para una persona por vez. Redescubrí la satisfacción de llamar por teléfono para oír las voces de la gente que amo. Eso entre muchas otras cosas más. 

Ahora mis amigos están todos en Telegram. Y me alegra.

Solo espero que no me manden tantos mensajes como hacían en el Whatsapp, sino voy a tener que apagar el Wi-Fi... ¡otra vez!










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6 comentarios:

  1. Hola Cecy que bueno leerte un rato y ver que no soy la única loca que le escapa a las redes sociales por ser causante de mi ansiedad.La realidad nos descolocó a todos y esa pantalla virtual que mostramos de nosotros mismos era imposible de mantener y en un mundo altamente conectados terminamos volviendo a nuestro núcleo familiar donde realmente está lo que importa y en definitiva es ahí donde nuestro legado crece y se mantiene. Hay toda un mundo fuera de la pantalla que nos permite almacenar lo mas valioso que tenemos "experiencias de vida".Me alegra que hayas encontrado un poco de cordura en tus pequeñas cosas uno es realmente feliz cuando valora y disfruta de lo que tiene. Y ahora hay que aprovechar al fin tenemos tiempo de tomarnos un momento para hacerlo.Feliz año y salud para vos y los tuyos!!!! :)

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    1. Hola Naty! Bueno, sí que es reconfortante saberlo. Supongo que te habrá pasado lo mismo que a mí, sentirte un bicho raro por momentos, y no sabes si la loca sos vos por desconectarte o si es el mundo el que está loco por permanecer excesivamente conectado...

      Totalmente de acuerdo que la exigencia de tener que mantener una imagen para la realidad virtual es demasiado agotador... y con la pandemia esto se intensificó al máximo, porque de repente todas las personas que veiamos cara a cara ahora se apiñaban en chats y conversaciones del teléfono. ¡Era una locura!

      Me encantó tu comentario, es super profundo. "Es ahí donde nuestro legado crece y se mantiene"... esa frase me la guardo en el corazón. Es preciosa y tiene muchísimo significado... Gracias por compartirla!

      Feliz año también para vos y tu familia, y que sea en paz, amor y bienestar para todos. Abrazo enorme!

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  2. Hola Ceci!! Tan acostumbrada a que estes "retirada" de las redes que se me pasó este post..recién lo veo...que bueno leerte!! No lo veo tan mal a lo de redes sociales si se las usa para divertirse o distraerse un rato...el problema mayor somos nosotros seres mortales que queremos tener el poder sobre todo y nos volvemos egolatras publicando nuestra vida , obra y miserias sin darnos cuenta que quedamos expuestos al desnudo y en carne viva merced de otros humanos aun mas descarnados que nosotros mismos..tq quiero y te extraño!!

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    1. Hola Sil!! Graciaaaas!! Yo también te quiero hasta el infinito y más allá!! Y este hondo comentario merece una respuesta igual de profunda que la que puedo darte acá. Hablemos pronto!! Abrazo grande!

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  3. Hola Cecy, me había llegado esta última publicación tuya y no sé que me pasó que me lie pensando que la había leído.
    Ahora durante un tiempito tendré tiempo de sobra para ponerme al día con tu blog, cortesía de un esguince en el pie derecho que me obliga a cuadricular mi culo en el sofá, pero no me quejo, que hace 6 meses me fracturé un hueso del izquierdo y tengo cierta experiencia en el asunto.
    Parece que te estás planteando dejar el blog y entiendo tus motivos, aunque me da penita no poder seguir leyéndote.
    Yo nunca me integré en ninguna red social, quedarme fuera de donde todo el mundo quería entrar alimentó para bien mi rebeldía.
    Bueno, que podemos elegir y eso es lo importante.
    Me hace ilusión eso de leernos de blog en blog, como jugar a la oca, ahora te leo porque me toca.
    Ahhhh!!!!! Este obligado reposo está dejándome un humor cuestionable, jjjj.
    Besos.

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    1. Hola Pepa! ya te he contestado este comentario por mail, pero justo lo vi ahora y dije "maaaa si... me da penita dejarlo asi solito..." A veces vengo por aca a releerme, y recordarme cual es mi proposito. Aprovecho para decirte que me sorprendio mucho tu ultimo mail y que sí: tu sensación fue acertada... ya te explicaré en la respuesta... te mando un super abrazo!!

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