viernes, 8 de septiembre de 2017

Botas de crochet: sufrimiento 100% ¡Garantizado!




Todos en algún momento nos encontramos con algún desafío, un reto inesperado. El problema no son los retos en sí mismos, sino las condiciones o el contexto en los que aparecen.

Algunas condiciones son más propicias que otras, y auguran un resultado feliz, o lo que es lo mismo: reto superado y además en poco tiempo.

Otros contextos dificultan las cosas o bloquean el camino. Aseguran la no concreción de ese desafío. O simplemente tornan el camino más tortuoso, y más largo para llegar al resultado esperado.

El caso que les voy a contar hoy es de un desafío que me tocó afrontar estas últimas semanas: hacer unas benditas botas a crochet.

El contexto en el que se desarrolló lo que a simple vista no debería significar más que un pedido entre otros, no era precisamente de los más propicios.

Y lo que ocurre es que la gente que le quiere a una, sobreestima sus capacidades. Mis amigas ven mis publicaciones y alucinan que soy capaz de tejer un avión amigurumi en tamaño real con un pedazo de hilo.

Y no. Una tiene limitaciones. Una puede ser muy hábil tejiendo muñequitos, u otras cosas en crochet, pero no tooooodo le va a salir siempre bien. No funciona así. ¡Perdooooón! Pero no nací tejiendo.

Las cosas que una nunca hizo llevan su tiempo de experimentación, su proceso de ensayo-error/desperdiciar material a lo loco/maldecir mucho... rezar mucho, pensar mucho, exprimirse el cerebro mucho. Todo, mucho. Hasta que en algún momento se logra. Y sale. Y queda lindo, sí también.

Pero la gente que le quiere a una, sobreestima sus habilidades. Por aprecio, por cariño. ¿Por exceso de confianza, tal vez?

Por eso hay que tener mucho cuidado cuando son nuestras amigas las que nos hacen un encargo. Hay que ser cautelosa porque la vara es muy alta a causa de esa sobreestima y confianza que ellas nos tienen.

Eso fue lo que pasó con mi amiga Laura y el encargo de sus botas a crochet.

Laura es una mujer multifascética. Es tan o más artesana que yo. Sabe coser, enseña bordado hindú y mexicano. También sabe tejer. Incluso conoce las técnicas de fabricacion de calzado entre las muchas otras cosas que hace, como scrapbooking o el filigranado de papel. Casi olvido mencionar que encima de todo lo ya enumerado, es asesora de imagen.

Yo todavía me pregunto que planeta se alineó o conspiró en su mente contra mí el día que me encargó aquellas dichosas botas. Porque si algo tengo claro es que ella era perfectamente capaz de hacerse sus propias botas a crochet artesanales con el cúmulo de conocimientos que posee y su vasta experiencia en el mundo manualista y de la confección de objetos y prendas únicos.

Sin embargo, como buena artesana, Laura también consume artesanía. No se si sólo me ocurre a mi -o a todos les pasará- que cuando compro un objeto único proveniente de otro artesano siento que pago monedas a cambio de un lingote de oro. A mi me ha pasado todas las veces.

En mi mesa de trabajo tengo una bandeja preciosísima en mosaiquismo donde pongo las piezas que voy tejiendo, una caja de un carpintero artesano con detalles pintados a mano donde guardo cosas chiquitas como los ojos de seguridad de los muñecos, y un cofrecito con arabescos en masilla y piedras donde guardo mi bijou. Esos objetos son muy importantes para mi porque fueron confeccionados a mano.

Y creo adivinar que a Laura le ocurre algo parecido a lo que yo siento: le gusta adquirir objetos hechos a mano. Las susodichas botas no son el primer encargo que me hace.

Sin embargo aunque puede y sabe como hacerlas, decidió confiar la confección del calzado "con el que voy a marcar tendencia" -esas fueron sus palabras-, a mí.

A mí, justo a mí... la Doctora Juguetes, que estudió calzado artesanal sí, pero abandonó a la mitad del curso por embarazo.

Ya en aquellas época de estudiante de zapatería me la pasaba lanzando improperios y maldiciendo lo terrible, dificultoso y complejo de la confección de calzados.

Es que ¡vamos! Los pies de la gente son un misterio más inexplicable que el Triángulo de las Bermudas.

Nadie calza el mismo talle. Algunos tienen los pies planos. Otros el empeine alto. Existen pies del mismo talle, más finos, más gruesos, más flacos, con juanetes, con el segundo dedo más largo que el dedo gordo, hay pies fríos, calientes... ¡ufff!

Pedir el talle y el color de hilo para hacer unas botas son datos por demas insuficientes a la hora de confeccionar un zapato, especialmente uno tejido. Se empieza por ahi, pero es solo el comienzo.

Cuando Laura, el día que los planetas se alinearon e influenciaron su mente para que me hiciera el pedido, suspiré, anote el encargo, me dije: "después veo cómo las hago", cerré el cuaderno y olvidé el asunto.

Después de todo le había dado demora de un mes, y tenía otros pedidos anteriores esperando a que los terminara. Cuando llegara el momento me ocuparía de ello.

Ese momento llegó, claro, al mes siguiente. Y el contexto era más o menos este: yo venía de tres largas semanas creando el patrón de un conejo Disney, el cual me agotó mentalmente. Básicamente tomé mis neuronas y las exprimí como si fueran naranjas.

Había tejido y destejido la primer muestra. Y luego comencé el segundo muñeco -propiamente el del encargo- con hilo 100% acrílico, ya que no había conseguido hilo de algodón del color apropiado.

Odio tejer en acrílico. Me fastidia sobremanera. No es un material que me haga sentir cómoda trabajarlo.  Esos días de pleno invierno, acá en el Litoral argentino hacía treinta grados de calor.

La combinación sudor en las manos/hilo acrílico/aguja de crochet de aluminio, me hacia rechinar los dientes y me provocaba escalofríos con cada puntada que daba. ¡Uy! ¡De sólo recordarlo me vuelve a dar chucho! ¡Agggggg!

Y por último había decidido bordar los ojos del muñeco por separado. Bordar ojos era algo nuevo para mí, aunque conozco las técnicas básicas nunca había bordado con ese fin.

Por esos días en que tenía que empezar las botas de Laura ya venia de enfrentar un reto artesanal que me había agotado y estresado un poco por el tiempo invertido. En el mismo lapso de tres semanas en el que termino tres muñecos, sólo había tejido uno.

Ya estaba atrasada y había perdido la performance.

También se sumaron nuevos pedidos y la lista fue alargando el tiempo de espera que doy a mis clientes: de un mes a dos meses para empezar a trabajar en sus encargos.

¡Estaba histérica! ¿Hacer esperar dos meses a mis clientes? Eso sin contar los nuevos pedidos con fecha límite que tuve que rechazar por no llegar con el tiempo que me pedían. Me empecé a preguntar en que me momento se suponia que iba a vivir un poco mi vida.

Había decidido pasar de largo las publicaciones de blogs y redes sociales, dejar en pausa la escritura del libro, amontonar los platos en la mesada y llenar los canastos de ropa sucia hasta que explotaran y dedicarme exclusivamente a tejer.

Y arranqué las botas antes de ir a comprar el hilo, haciendo innumerables agujeritos en una suela de taco chino que me había quedado de mi época de estudiante del taller de calzado.

Hacer agujeritos me llevó dos tardes. Una tercer tarde la utilicé en la compra de hilo. Y una cuarta, para tejer las primeras dos hileras del zapato. En otras dos tardes saqué medidas y recorté contrafuerte, que es un tela dura que se usa para reforzar puntera y talón para que el calzado conserve la forma.

Desde ahí tuve que suspender unos días la confección de las botas porque el niño de los pantalones divertidos levantó fiebre consecuencia de una gripe. Mi marido y yo nos concentramos únicamente en atender de él.

Retomé las botas un domingo. Rafa se llevó al pequeño niño que creíamos ya recuperado a visitar a la abuela y yo me quedé toda esa tarde tejiendo.

Tejí, destejí. Tejí, destejí. No le encontraba la vuelta. No conseguía la forma pese a que estaba usando una horma de madera de molde. Seguí en mi faena el lunes. Tejí, destejí. Y terminé la primera mitad.

Martes al mediodiá publiqué orgullosa mis avances en Instagram. Por la tarde volví a mirarlas mejor y no me terminaba de gustar el resultado. Desaté todito, dejando sólo las primeras dos hileras de la base.

Seguí martes por la tarde, y miércoles. Ya empezaba yo a levantar temperatura por la frustración de tejer y destejer, multiplicado por dos, ya que cada hilera que tejía en un lado de la bota, repetía en la segunda para que fueran iguales. Cuando desataba tres hileras de un lado, también debía destejer en el otro.

Quien terminó haciendo eco de mi sentir fue mi hijo, que esa noche levantó treinta y nueve grados de fiebre, porque resultó ser que no se había curado del todo de la gripe. Y así estuvo durante cuatro días: fiebre, fiebre, fiebre. Un horror.

La doctora dijo: "Son anginas, este estado dura cinco días". Genial. Lo último que me faltaba.

Así y todo y me las amañé para seguir tejiendo de a ratos. Llegó viernes y le dije a Laura: "Fijate si te gustan así, porque si hay que hacer alguna modificación, el momento es ahora. Una vez que cosa el contrafuerte ya no voy a poder desatar".

-Cecy...- me dijo. -Yo quería con la suela plana, no con taco chino.

¡¿QUE?!

Releí nuestras conversaciones. Fui a la parte donde yo le decía: "Lau tengo acá un taco chino ¿Querés que las haga con ese?"

Y ella me respondía: "Mejor con la otra".

Esa frase "Mejor con la otra" mi cerebro no la había registrado en absoluto. Si ella me decía "hacela con suela plana" o "no quiero taco chino" quizás este cuento habría sido otro.

Pero la bendita frase "Mejor con la otra" mi cerebro interpretó: "Mejor con ese", es decir con el taco chino.

Ya venía notando en mí que el stress, el atraso con mis pedidos, la fiebre de mi hijo y el desorden de mi casa me tenían tan trastornada que olvidaba cosas, lo cual es muy raro en mi, porque poseo una memoria de elefante.

Cuando Laura me dijo que la base de las botas era plana y no con taco simplemente colapsé. Era demasiado. Mi hijo enfermo, mi casa un tiradero. Una larga lista, no sólo de encargos, sino de tareas que venía pateando para después por falta de tiempo.

Mi mesa de trabajo está al lado de la ventana que da a la calle. Sólo tenía que estirar el brazo, abrir la ventana y arrojar las benditas botas por el balcón. Y olvidar para siempre mi pretensión de confeccionar calzado artesanal. 

En ese momento me dije a mi misma que eso no era lo mío, me sentí incapaz, frustrada por no terminar un pedido. Impotente, enojada, furiosa.

Me había costado tanto llegar hasta ahí que no tenía ni tiempo ni energías para empezar una nueva bota con las suelas planas. De hecho, me juré no volver a intentar hacer calzado nunca jamás de los jamases.

-Lau, no quiero hacer unas nuevas botas. No quiero volver a hacer esto nunca más en mi vida. Simplemente no quiero.

-Dejalas así te las compro igual- me respondió

-No, querida, no te voy a cobrar por un trabajo mal hecho.

-¿Sabes qué, Cecy? Respirá hondo y después hablamos. Dejá las botas, atendé tu hijo y listo.

-Tenés razón, mejor me voy a mirar la tele, que dicho sea de paso, hace meses no la miro.

Agarré mi teléfono y me descargué el Candy Crush, el Diamond no se qué, el Pet Rescue Saga, y el Bubble Witch o algo así. Y me los jugué todos. Me puse a lavar la ropa, a limpiar mi casa, y a mirar la tele. Bueno, no precisamente mirar la tele. Senté en mi regazo a mi convaleciente hijo, lo abracé fuerte y él miró La Casa de Mickey Mouse.

Recién el lunes retomé las botas y seguí guerreando dos días más, en los cuales estuve a punto de lanzarlas efectivamente por el balcón al comprobar que colocarle una hebilla de cierre no era lo más apropiado.

Mi marido, al verme resoplando como toro enfurecido, me tomó por las astas, agarró las botas, las miró, las volteó, las volvió a mirar.

-¿Porqué decís que están horribles? ¡Están buenas!

Yo le lancé un largo discurso explicándole porque eso estaba mal, y aquello otro también. Y eso, y eso, y eso. Todo estaba mal. Reconozco que a veces soy un poco dramática y fatalista. Bueno, está bien; si soy dramática y fatalista. Ok, ok, soy muuuuy dramática y fatalista ¿y qué?

Rafa me dijo: "Sacale esa hebilla, colocale un  botón aca y otro acá y listo".

Y así lo hice.

Cuando até el ultimo nudo y corté el último hilo sentí como desaparecía de mis hombros y espaldas una mochila de cien kilos que había cargado durante varias semanas.

Suspiré hondo y hasta me atreví a sonreír. Lo había logrado. Muy a duras penas, con todas las circunstancias en contra, pero lo había conseguido.

Hoy por la tarde fui a entregarle sus nuevas botas "para marcar tendencia" a mi amiga Laura.

Fue como si de repente ella se hubiese convertido en una suerte de Cenicienta moderna. Nada más calzárselas, esas botas que habían garantizado mi sufrimiento durante varias semanas, a las que yo veía horribles y mal hechas -que hasta me sacaron callos en los dedos por primera vez en veinte años de tejer crochet- en sus pies mágicamente cobraron vida. ¡Le quedaban perfectas!

¡Ni que las hubiese tejido especialmente para ella!







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4 comentarios:

  1. Me encantó el relato y sobre todo tu perseverancia.. Y sin duda rafa es tu oasis en tiempo de desierto. Por eso es q vas a llegar muy lejos hasta donde te lo propongas.

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    1. Hola Anny!! La perseverancia es hija de mi terquedad jajaja... sin embargo tengo mucho que agradecerle a la terquedad: sin ella no terminaría los trabajos ni superaría los desafíos que se me van presentando... y con respecto a Rafa, absolutamente. Si no fuera por el no existiría ni este blog ni todo en lo que vengo trabajando hace un año ya. El es quien me alienta y me recuerda que si puedo... gracias por pasarte por aquí, por tus buenos deseos, y por dejar tu comentario! Un abrazoo!! 😘😘😘

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  2. Ayyy Ceci, vaya guerra te dieron las botas, pero el resultado es tremendamente hermoso!!

    Tienes un marido que vale oro! Sin darte cuenta consiguió las palabras justas para que dejases de mirarlo todo tan negativamente :)

    Sobre los proyectos que no somos capaces de acabar... (que el tuyo lo acabaste), no son para machacarnos con un "vaya inútil, no eres capaz..." sino para clavarnos a fuego: "Si no estás cómoda haciendo algo, no lo hagas", a mi me pasó con un encargo que me hicieron de un taburete, querían que lo vistiese de oveja y sinceramente, capaz soy de hacerlo, pero la falta de interés de la persona que me lo encargó hizo que me lo tomase como una obligación, en lugar de tomarlo como un proyecto nuevo y mágico... así que finalmente le dije que no (con el material comprado y el taburete a la mitad...).

    Ahora a disfrutar y ver a tu amiga con esa obra de arte en los pies!!
    Y a seguir creando magia con esas manos.

    Espero que la gripe pasase y que no vuelva nunca más! Un besazo enorme, requetebonita!!! ^^

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    1. Hola Stefy! Tenes muchisima razón...yo creo que no me atrevía a confesármelo a mi misma: no me siento nada cómoda trabajando en calzado, se lo dije a Laura por supuesto, y gracias a Dios su entusiasmo logró que yo terminara el trabajo. Aunque si hubiese mostrado apatía me habria ocurrido lo mismo que a vos. Y las hubiese lanzado por el balcon con gran disfrute jaajajj

      Si, Rafa es un sol. Todo lo que soy capaz de hacer ahora es gracias a aliento constante y su apoyo. Soy una bendecida por eso.

      Laura está feliz con sus botas, afortunadamente...

      Y la gripe, por fin por fin se fue!

      Gracias por pasarte como siempre y dejar tu comentario... todas uds son mi motor, y también soy una bendecida por eso!

      Un besooootoootoooteee grande!! 😘😘😘

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